Por Michael Shifter
Nota aparecida en Perú Economico
El autor es el Vice Presidente del Diálogo Interamericano con sede en Washington D.C.
February 22, 2008
A medida que se estrechan las opciones que los votantes estadounidenses enfrentarán el próximo noviembre, los latinoamericanos y quienes siguen los sucesos en la región crecientemente se hacen la inevitable pregunta: ¿Cómo cambiará la nueva administración la política de EEUU hacia América Latina?
Si la historia reciente sirve de alguna guía, la respuesta es “muy poco”. Desde George H. W. Bush (1989-1993) a Bill Clinton (1993-2001) a George W. Bush (2001-2008), el patrón a lo largo de las dos últimas décadas ha sido uno de continuidad más que de cambio. Por ejemplo, Clinton adoptó el acuerdo NAFTA negociado por su predecesor, tal como el Bush más joven ha respaldado el esfuerzo del Plan Colombia desarrollado bajo Clinton. Así que cualquiera sea el senador que asuma el poder el próximo enero –Hillary Clinton o Barack Obama en el lado demócrata o el presunto representante republicano John McCain–, es poco realista esperar un cambio dramático en la política de Washington hacia la región.
¿Importa América Latina?
La evidencia más clara a favor de la tesis de la continuidad es que los candidatos apenas han mencionado a América Latina en la campaña. Por cierto, ha habido algunas referencias a la región en los debates, incluyendo temas de comercio (particularmente el TLC con el Perú) y la inmigración. Además, la región ha captado algo más de atención a medida que los candidatos compiten por el cada vez más importante voto latino, en Texas y en otros lugares.
Pero incluso en mayor medida de lo esperado hace algunos meses, la creciente preocupación por la tambaleante economía y la pesada necesidad de reformas en el sistema de salud pública han mantenido a los candidatos enfocados principal- mente en los temas domésticos. Cuando la campaña ha enfrentado temas de política exterior, el énfasis ha sido puesto en Irak, lo cual no es sorprendente. Cualesquiera que sean las intenciones de los candidatos, arreglar ese desastre va a ocupar mucho a la próxima administración. Con situaciones volátiles en el Medio Oriente, Afganistán, Pakistán, Irán, Corea del Norte y China, América Latina parece destinada a quedar como una prioridad muy baja.
Sin embargo, es útil tratar de anticipar cómo los candidatos podrían responder a los retos regionales que casi con certeza enfrentarán cuando asuman el poder. Aunque es tentador y lógico aproximarse a este ejercicio tema por tema –comercio, inmigración, drogas, seguridad, democracia, etc.– la presidencia de George W. Bush en particular nos ha enseñado que otras áreas de la política exterior de los Estados Unidos y sus intangibles matices de tono y estilo resultan más determinantes para la factibilidad de una alianza regional productiva.
Por cierto, el mayor reto de la próxima administración en su tarea de formular una política hacia América Latina es comprender que, mientras los últimos ocho años de la presidencia de Bush han sembrado desconfianza en la región, no es posible ni deseable volver a la mentalidad y al enfoque que caracterizó a Washington en el 2000. Desde entonces, América Latina y los Estados Unidos han cambiado en formas dramáticas y fundamentales. Para bien o para mal, la globalización ha reducido la influencia relativa de Washington en la región y ha ampliado las opciones tanto económicas como políticas de los países de América Latina, especialmente en los países más grandes de América del Sur.
Póquer de personalidades
Como un político relativamente novato con menor bagaje político que los otros dos potenciales ocupantes de la Casa Blanca, Obama podría estar en una relativamente mejor posición para acceder a lo que implican estas transformaciones. La poderosa retórica de Obama, quien se ha convertido en el favorito en el lado demócrata, parece reflejar un entendimiento de estos cambios mayores. Pero incluso una presidencia de Clinton o de McCain se vería forzada a hacer ajustes cuando se encontrara confrontada por una región que se rehúsa a aceptar la etiqueta de “patio trasero”; de lo contrario se arriesgaría a un deterioro aún mayor de la relación entre Estados Unidos y América Latina.
Dados los muchos años que tiene dentro del establishment político, el candidato que quizá tendría la mayor dificultad en hacer el ajuste sería McCain. Sin embargo, paradójicamente, él es el que mejor sintoniza en los temas de mayor preocupación para la mayoría de los gobiernos de América Latina. El senador por Arizona, por ejemplo, es un robusto defensor del libre comercio, incluyendo el acuerdo con el Perú así como el más problemático y controvertido acuerdo pendiente con Colombia. Él cree que el NAFTA –el acuerdo de libre comercio firmado por los Estados Unidos, México y Canadá en 1993– ha sido, en retrospectiva, enormemente beneficioso.
En agudo contraste, Obama y Clinton hablan de revisar el impopular acuerdo NAFTA, aunque no está claro qué es exactamente lo que esto conllevaría. Esta postura refleja un reciente cambio en la opinión pública de los Estados Unidos, un cambio que es especialmente marcado en el Partido Demócrata (después de todo, Bill Clinton abrazó los principios del libre comercio). Ambos se oponen al acuerdo con Colombia, para lo cual invocan la violencia contra los líderes sindicales y los altos índices de impunidad judicial. Apoyaron el acuerdo con el Perú, que fuera modificado para incorporar provisiones ambientales y laborales. Pero sólo dieron su apoyo después de que estuvo claro que, a diferencia del acuerdo con Colombia, no tendrían que pagar el alto costo político de enfrentar a los sindicatos, un grupo electoral medular de su partido.
Es vital distinguir entre las posiciones cambiantes de los tres candidatos en el contexto de una campaña política competitiva y en rápido movimiento, y lo que harán una vez en el poder. Por ejemplo, muchos creen que, una vez en la presidencia, Clinton u Obama (quienes se asemejan marcadamente en la mayoría de temas de política) encontrarían la forma de aprobar el acuerdo comercial con Colombia. Ante el objetivo de gobernar, las mayores implicancias para la política exterior que emanarían de archivar o rechazar un tratado ya negociado pesarían mucho más. De similar manera, McCain ha criticado los subsidios al etanol hace mucho tiempo, pero ha sido más ambivalente mientras intenta conseguir la nominación republicana.
McCain también ha dado marcha atrás en materia de inmigración, un tema de importancia mayor para los votantes latinos y para muchos gobiernos latinoamericanos. Ha sido el único entre los candidatos presidenciales republicanos de este año que ha favorecido una reforma completa de la legislación sobre inmigración. Él quiere combinar una fuerte presión para hacer cumplir la ley en la frontera con un pro- grama de trabajos temporales y una vía hacia la ciudadanía para unos doce millones de trabajadores indocumentados en el país. Ha demostrado amplio coraje político al hacer frente a su partido y liderar este esfuerzo en el Senado.
Sin embargo, aunque ello sea popular en la región, ésta es una de las razones por las que McCain ha tenido tanta dificultad en ganarse la confianza de la mayoría del Partido Re publicano, que respalda una aproximación más de mano dura. Con la esperanza de sacarles brillo a sus credenciales conserva doras y unir al partido, McCain recientemente ha dado una importancia mayor al punto de seguridad más que a otras medidas. En cualquier caso, en vista de las muchas predicciones de histeria anti-inmigrante, debe ser reconfortante para América Latina que el candidato republica no con la postura más liberal en esta cuestión fuera capaz de asegurarse la nominación.
En el lado demócrata, las diferencias entre Clinton y Obama en el tema de la inmigración son triviales. Como McCain, ambos sostienen un punto de vista liberal, apoyan una reforma más completa y votaron en el Senado a favor de la construcción del “muro” en la frontera entre los Estados Unidos y México que ha causado tanto resentimiento en el Sur. A la fecha, a Clinton le ha ido mejor entre los votantes latinos que a Obama, en particular en California y Nevada, pero la primaria de Texas a principios de marzo será una prueba importante para los dos. Obama es el hijo de un padre inmigrante de Kenya mientras Clinton se beneficia de la asociación favorable que tienen muchos latinos con la trayectoria de su esposo como presidente en los años 90.
Temas sensibles
¿Cómo enfrentarían los tres posibles futuros presidentes el reto de Hugo Chávez? La política de la administración Bush ha sido notable por su confusión e incoherencia. En enero de 2009, Chávez perderá a su enemigo ideal y la próxima administración tendrá una chance de elaborar una postura más consistente y sofisticada. McCain ha tenido palabras duras para Chávez y probablemente seguiría una estrategia más confrontacional, aunque no está claro qué opciones tendría.
Muchos esperan que Clinton y, especialmente, Obama serán capaces de reducir las tensiones entre los Estados Unidos y Venezuela en el corto plazo. Pero con la cercana alianza de Chávez con Irán y las recientes amenazas de cortar las exportaciones de petróleo a los Estados Unidos, parece que las diferencias son demasiado profundas para que solo un cambio en la administración de los Estados Unidos pueda borrarlas. Por supuesto, Obama ha hecho hincapié en su disposición a “conversar” con los gobiernos inamistosos de Venezuela e Irán sin condiciones, así que por lo menos existe una posibilidad de que haya un esfuerzo diplomático más vigoroso y efectivo.
Obama también ha dicho que él estaría preparado para hablar con el régimen de Cuba, un tema sensible y probable- mente el origen de la mayor irritación en las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina en los pasados 40 años. Obama refleja un cambio generacional y probablemente estaría más dispuesto que Clinton a buscar un acercamiento, quien ha calificado la propuesta de Obama de simplista y, ciertamente, mucho más que McCain, quien goza del apoyo entusiasta de la línea dura de la comunidad exiliada de Miami. El eventual fallecimiento de Fidel Castro cambiaría los cálculos de todos y forzaría a una inmediata reconsideración de la política hacia Cuba en Washington –una política que sin duda será observada muy de cerca en todo el globo, especialmente en el mundo hispanohablante. La muerte de un símbolo perdurable de este calibre en los meses antes de la elección de noviembre podría catapultar rápidamente a América Latina hacia el centro de los temas de la campaña. Pero, como la renuncia de Castro a la jefatura suprema de Cuba ya ha pasado y ha tenido relativamente poco impacto en la campaña, es posible que aun su muerte tenga un efecto efímero.
Los latinoamericanos han sido comprensiblemente críticos del doble estándar emanado desde Washington acerca de los derechos humanos en años recientes, pero estarán aliviados por el hecho de que los tres candidatos restantes se oponen a las prácticas de tortura, un tema delicado en el contexto de la guerra global contra el terrorismo. McCain, por supuesto, habla a partir de su experiencia personal –él fue prisionero de guerra y fue torturado en Vietnam por más de cinco años. Pero él ha retrocedido recientemente en este tema en otro intento de ganar el apoyo de los más conservadores de su partido.
Estos retos van estar sumamente difíciles para el próximo presidente, dado que los recursos limitados y los constreñimientos políticos hacen irreal esperar esquemas grandiosos y nuevas y costosas iniciativas. Pero, a pesar de quien gane, la buena noticia es que una administración impopular habrá pasado e incluso modestos cam- bios de enfoque podrían aumentar sustancialmente la cooperación entre Estados Unidos y América Latina. Más significativo que cualquier política específica, Estados Unidos tiene la posibilidad de demostrar que entiende las transformaciones en el hemisferio y que es capaz de responder constructivamente a ellas sin caer en el abuso o la indiferencia.