Entrevista realizada el 5 de diciembre de 2004
Publicada en el Diario La Nación, Suplemento Enfoques
Hace catorce años, tiempos de apartheid en Sudáfrica, este hombre que ahora es miembro de la Corte Suprema de su país y que entonces era un defensor de los derechos humanos sufrió un atentado que casi le costó la vida. Hoy cuenta por qué la conquista de la dignidad humana fue la mejor respuesta a sus agresores y analiza los cambios en la justicia argentina
No es muy común hablar de "venganzas" con un ministro de una Corte Suprema de Justicia o de un Tribunal Constitucional. Y se complica aún más si ese juez perdió un brazo y la visión de un ojo en un atentado y el magistrado alude a la venganza que aplicó a sus victimarios.
Pero se trata de una venganza "suave", aclara Albie Sachs. Alude así a haber desechado la violencia y haber ayudado a instaurar la democracia, el Estado de Derecho y el respeto de las leyes y la Justicia en Sudáfrica, un país, en el momento de aquel ataque contra Sachs, todavía dominado por el racismo y la violencia gubernamental.
El 7 de abril de 1988 el reconocido abogado defensor de los derechos humanos voló en pedazos en Maputo, capital de Mozambique, tras la explosión de una bomba que había sido colocada en su automóvil. Agentes de las fuerzas de seguridad sudafricanas intentaron asesinarlo y estuvieron cerca. Debió aprender a caminar otra vez y a escribir con la mano izquierda.
Se respuso, retomó las defensa de los derechos civiles y tuvo un lugar protagónico en los cambios que siguieron: el ascenso de Nelson Mandela al poder, la creación del Tribunal Constitucional sudafricano (del que fue integrante), y el armado y desarrollo de la célebre Comisión de la Verdad y la Reconciliación.
"La democracia será mi venganza", se prometió en el hospital. Dieciséis años después, y de visita en Buenos Aires, afirma que así fue.
-Usted ha marcado una línea de conducta que se convirtió en una virtual política de Estado para superar las divisiones. Se llamó "soft vengeance", algo así como "venganza suave".
-Después de sufrir el atentado, estaba en el hospital y un amigo me envió una carta. "No te preocupes, te vengaremos", prometió. Y me pregunté: "¿Cómo podría beneficiarme eso?". Entonces comprendí que aun si la persona responsable del atentado era juzgada y liberada por falta de pruebas, allí podría residir mi "venganza suave": vivir en un país en el que rigiera el Estado de Derecho. Si lográbamos instaurar la democracia y la dignidad humana en Sudáfrica, allí residiría mi venganza. Lograr eso fue muchísimo más importante que una eventual venganza dura, personal, que sólo demuestra que eres más poderoso. Lo que llamo "venganza suave" demuestra que la moral es lo correcto, que la calidad de vida es lo importante. Y eso es reconfortante, mucho más que el simple pensar: "Intentaste matarme y ahora que estoy en el poder te daré una reprimenda para asegurarme de que me mantendré en el poder".
-Eso parece tener ciertos puntos en común con un argumento que aquí generó un profundo debate, aún vigente: la sanción de las leyes de Punto final y Obediencia debida con el argumento de fortalecer la democracia...
-(Interrumpe.) Eso no representa un caso de "venganza suave" para mí. Eso es impunidad. Es completamente diferente. Es ignorar lo que ocurrió, mientras que en Sudáfrica se introdujo a los responsables de crímenes en el proceso de reconstrucción. Ellos debieron afrontar la Comisión de la Verdad y reconocer lo que habían hecho. Cada uno de ellos. Individualizarse, detallar qué habían hecho y contar la verdad. Esa fue la manera de integrarlos a nuestra nación, porque no se puede convivir por siempre en un país dividido. Pero subrayo que éste fue nuestro proceso, nuestro modo de lograrlo, y que cada país tiene su propio camino.
Uno de los problemas aquí, en Argentina, por lo que tengo entendido, es que los militares en forma particular nunca reconocieron lo que hicieron. En Sudáfrica sí lo hicieron. Otro de los problemas aquí es que los militares se enfrentaron con los procesos judiciales y algunos incluso intentaron esquivarlos. En Sudáfrica todo fue negociado, se debatió cuál era el mejor modo de reconstruir el país.
-¿Cada uno de los militares y policías involucrados en violaciones a los derechos humanos declaró sus crímenes ante la Comisión de la Verdad?
-Si el militar quería evitar un proceso penal por esos crímenes, debía presentarse ante la Comisión. Y allí los familiares de las víctimas escucharon, con lágrimas en sus rostros, y lágrimas en los de los propios asesinos, lo que había ocurrido. Eso fue una clara diferencia, por ejemplo, con Pinochet en Chile, que nunca reconoció lo que hizo, sino que incluso intentó justificarlo, lo que genera más rencor. Algunos militares en Sudáfrica, por supuesto, se negaron a reconocer sus crímenes y fueron sometidos a juicio y condenados. Pero en su mayoría reconocieron, en público y por televisión, lo que habían hecho, mirando a los ojos a sus víctimas. Y después debieron regresar a sus casas y afrontar la situación ante sus propios hijos que les preguntaban si era cierto lo que habían confesado, y vivir con esa carga. Eso no suprimió el dolor de las víctimas y sus familiares, pero hizo mucho por suavizarlo.
-Ese criterio linda con la idea del arrepentimiento y del perdón...
-No suelo utilizar demasiado la palabra "perdón". Perdonar es una cuestión personal, es importante para algunas religiones. Cuando yo conocí al responsable de organizar el atentado en mi contra, durante el proceso ante la Comisión de la Verdad al que esta persona se había sometido, y eventualmente estrechamos luego nuestros manos, humanicé mi relación con él. Hasta entonces, yo sólo era un objeto para él y un instrumento para mantener su poder. Entonces me convertí en una persona para él, como él también se convirtió en una persona para mí. Eventualmente podremos sentarnos en el mismo autobús; nunca iré al cine ni a cenar con él, pero ahora podemos convivir en el mismo país porque reconoció lo que hizo.
-¿La posibilidad de evitar el proceso penal no fue muy indulgente para los responsables?
-Algunos han tenido que recibir asistencia psicológica por el desorden y el estrés causado por tener que presentarse ante la Comisión de la Verdad y tener que reconocer que fueron derrotados. Por supuesto que la transición tampoco fue sencilla. Muchos no coincidieron con la decisión tomada. Pero hubo debates, plazos que cumplir y los medios de comunicación apoyaron el proceso. Se sabía que, al final, eso permitiría encaminar el país.
Sabíamos que, al principio, los victimarios regresarían de la Comisión de la Verdad a sus hermosas casas en autos cómodos y que quienes sufrieron durante el apartheid deberían regresar a sus hogares humildes en autobús o combis. Pero el objetivo trazado era revertir también esa inequidad. Era alcanzar una redistribución real de la riqueza, y en eso estamos.
-¿Cómo se logró que cedieran espacios quienes eran poderosos?
-Esa es otra diferencia con lo ocurrido en Chile, Brasil, Argentina o Uruguay. Quienes sufrieron en Sudáfrica se organizaron como grupo y se convirtieron luego en líderes de la nación. Nelson Mandela es la figura más reconocida, pero hubo muchas otras. En el Tribunal en el que trabajo, uno de mis colegas también estuvo en prisión, al igual que yo. Y otros cuatro fueron abogados que lucharon por los derechos humanos. La idea es, en suma, que nosotros controlamos el proceso de cambio. En los países sudamericanos la sensación que queda es que se perdieron cinco, diez, quince años para la democracia en lograr que las víctimas alcanzaran esas posiciones decisivas.
-¿Cómo afecta las vidas cotidianas el Tribunal Constitucional que usted integra?
-No buscamos nada raro. Los casos, los planteos llegan a nosotros y adoptamos la solución que la Constitución exige. Su articulado ofrece un gran apoyo a los desposeídos, a los necesitados. Por tanto, somos jueces progresistas porque la Constitución lo es. También se trata mucho de balancear intereses y reclamos distintos. Muchas veces le digo a la gente que no debemos decidir entre lo que está bien y lo que está mal, sino balancear lo que está bien con lo que está bien. Por ejemplo, entre la libertad de prensa y la dignidad de una persona.
-¿Pero cómo se defienden los derechos sociales en un país en vías de desarrollo cuyo gobierno, como en la Argentina, lidia con restricciones presupuestarias y las empresas flaquean?
-Nuestra Constitución dice que todos tienen determinados derechos. Entonces la Corte sólo impone que el gobierno tome las medidas razonables con sus recursos disponibles para resolver las necesidades. Así, el derecho incorpora la noción de los recursos y su realización progresiva. De ese modo, se puede ayudar a las personas en condiciones desesperadas, como quienes viven en la calle, o a las embarazadas con SIDA a las que no se le proveían medicamentos. Pero es el gobierno el que debe definir cómo resolver esos problemas, no los jueces.
-¿Cuáles son los desafíos que enfrenta hoy la judicatura?
-Cómo lidiar con el terrorismo sin poner en riesgo el Estado de Derecho; cómo imponerle límites a la burocracia estatal sin entorpecer la gestión administrativa; y cómo aportarles a los jueces visiones más amplias, no más populistas, sino más comprometidas con la sociedad. Yo siento que los jueces en distintas partes del mundo se están alejando de la mera visión procedimental del Derecho, del qué dice la ley en forma estricta, y comienzan a evaluar qué significan, cómo impactan esas leyes en las vidas de las personas comunes. Eso aporta una visión más abarcadora de la labor del juez.
-Eso puede en ciertos casos derivar en una dependencia política o en una influencia partisana sobre los jueces...
-No, no. Debe quedar clara la independencia en los puntos de vista del juez. No debe tenerle miedo a nadie. Ni a los funcionarios, los sacerdotes, los empresarios, los sindicatos, los partidos políticos, ni a la prensa. La obediencia sólo se debe a la Constitución. Y la Argentina ha incorporado muchos instrumentos internacionales a su Constitución, por lo que el juez no debe inventar algo que no está allí. Sí puede, en cambio, analizar qué caminos ha tomado la Justicia en otros países, ver qué soluciones han encontrado y evaluar si es trasladable al derecho local.
-El presidente Kirchner designó ya a cuatro de los nueve miembros de la Corte Suprema y podría designar a un quinto miembro en cuestión de meses. ¿Qué le sugeriría si tuviera la oportunidad?
-(Sonríe.) No le diría... (se arrepiente)... Le recomendaría que eligiera juristas con coraje. Personas con distintos pensamientos, pero con igual valor para ir contra quien sea, incluso contra él. ...se es el punto. Que sólo sean leales a la Constitución, no al Presidente de la Nación. Eso será respetado. Nadie quiere una Corte señalada como la "menemista" o la "kirchnerista". La clave pasa por armar una Corte Suprema respetada, con integridad, laboriosa y con sensibilidad hacia los derechos humanos.
Por Hugo Alconada Mon
El perfil
RECONOCIMIENTO
Después de sufrir persecusiones, atentados y exilios, Sachs pudo volver a su país. Como miembro activo del Congreso Nacional Africano, fue designado por Nelson Mandela para integrar la nueva Corte Constitucional, tras las primeras elecciones libres en la historia de Sudáfrica.
AUTOBIOGRAFICO
Entre sus títulos más conocidos están The Jail Diary of Albie Sachs (su diario de prisión) y The soft Vengeance of a Freedom Fighter (La venganza suave de un luchador de la libertad).
1 comentario:
Me encanto la entrevista ,realmente resulta interesante como se vivió el proceso de pacificación hacia la democracia en Sudafrica y la comparación inevitable con nuestra propia historia.
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