08/08/10
Las crisis extremas, la frágil contención social y las aperturas de los 70 y 90 hicieron que el país cayera en picada en el ranking de igualdad de América latina en los últimos 30 años, sostiene este experto.
Cuando se refieren a variables volátiles como el precio de las acciones o el tipo de cambio, los economistas suelen apelar a la figura- l ugar común de la “montaña rusa”. Los números de distribución del ingreso evocan, por sus escasos cambios a través del tiempo, una actividad más aburrida: analizar las series de desigualdad, dicen los académicos especializados en este campo, equivale a “mirar el pasto crecer”. De hecho, en América latina, la tabla de posiciones en materia de desigualdad se mantiene sin cambios desde hace décadas. Con una sola excepción: la Argentina.
“Nuestro país ha experimentado un fracaso distributivo como pocos lugares en el mundo”, dice el economista Leonardo Gasparini, profesor de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y una de las mayores autoridades académicas en América latina sobre desigualdad y pobreza. “Si bien Argentina nunca fue un país escandinavo en materia social, algunas de sus estadísticas sociales se parecían más a las europeas que a las latinoamericanas”, explica Gasparini. “Hoy somos más parecidos a América latina”, explica, “en parte porque en las últimas tres décadas las estadísticas distributivas latinoamericanas no han cambiado mucho, y en parte porque las argentinas se han deteriorado”.
En números: la brecha proporcional de ingreso entre el 10% más rico y el 10% más pobre era alrededor de 16 en los sesenta, 18 en los setenta, 22 en los ochenta, 25 a mediados de los noventa, subió a más de 40 en 2002, y hoy retornó al valor de 25.
“En síntesis, estamos igual que hace 25 años”, cuenta Gasparini, que vive en Gonnet con su familia, mide más de un metro noventa y es extremadamente tímido. Este hincha fanático de Gimnasia se las ingenió para instalar en la UNLP el Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales, donde trabajan 30 economistas y estudiantes avanzados de la carrera. El CEDLAS se volvió una referencia regional en estudios sobre desigualdad: el Banco Mundial les pidió que monitoreen las estadísticas de distribución para toda América latina.
Gasparini tuvo una infancia que cualquier chico envidiaría: se la pasó cazando dinosaurios. Su madre, una paleontóloga especializada en plesiosaurios, se llevaba a su hijo a las exploraciones por la Patagonia. Inclusive -cuenta orgulloso- existe un “gasparinisaurus”.
¿La desigualdad en América latina viene de los tiempos jurásicos?
No, en realidad es un fenómeno bastante más reciente de lo que muchos creen. Hay estudios que muestran que las sociedades americanas precolombinas eran más igualitarias que las europeas en la misma época. Los problemas distributivos serios empiezan con la colonia y se explican por la presencia de dos factores: concentración de algún recurso natural y mucha población para ser explotada en su extracción. Pronto se formaron sociedades polarizadas entre elites europeas ricas y grandes masas de trabajadores de ingresos muy bajos, indios o esclavos. Es interesante notar que en las colonias inglesas de América del Norte y las españolas del Río de la Plata y Costa Rica, que carecían de riqueza minera o agrícola de extracción y de abundante población, se formaron sociedades más igualitarias.
¿Cómo está la Argentina hoy en materia de distribución del ingreso en relación al resto de la región?
Hasta hace 20 o 30 años, la Argentina era con Uruguay, por lejos, el país más igualitario de América latina. Desde entonces es el país que más cayó en este aspecto. Aún está entre los cinco de mejor distribución, pero mucho más cerca del promedio (donde se ubican naciones como Chile) y también de Brasil, un país tradicionalmente muy desigual, pero que ha venido mejorando en forma notable en los últimos años.
¿América latina es el continente más desigual del planeta?
Siempre se dijo eso. Probablemente haya países asiáticos y del Africa Subsahariana que son más desiguales, pero es difícil comprobarlo porque sus estadísticas son precarias. Pero claramente Latinoamérica está en el grupo de las regiones de alta desigualdad.
¿Y por qué en la Argentina la distribución empeoró más?
Hubo varios “terremotos” en esta materia. El primero y el más importante fueron las crisis macroeconómicas, con alta inflación, como las “híper” de fines de los 80 y principios de los 90, o la caída de 2001-2002. Fueron procesos que destruyeron igualdad en forma trágica. Otra razón importante la constituyen algunas reformas de mercado y apertura comercial implementadas sobre todo a fines de los 70 y en especial en los 90, que implicaron una modernización muy brusca de la economía, que redujo fuertemente la demanda de trabajo no calificado con efectos sobre el desempleo, la pobreza y la desigualdad. Y todo en un marco de contención social muy frágil. Por último, hay una serie de círculos viciosos. Uno de ellos es la segregación tanto escolar como barrial. El auge de escuelas y barrios privados ha dividido más la sociedad: esa división -y en particular la huida de las clases medias hacia escuelas privadas- es fuente de desigualdades futuras. La consolidación de grupos entrampados en situaciones de “pobreza perpetua”, con pocos incentivos y expectativas de progreso, es otro problema que retroalimenta la desigualdad.
¿Qué pasó con la distribución después de la crisis de 2001-2002?
La desigualdad había alcanzado una meseta alta a fines de los noventa, pero la crisis la disparó hasta niveles inéditos en 2002, donde alcanzó un pico. Cuando la economía se estabilizó y empezó a crecer, la desigualdad se redujo, en forma importante, pero no muy diferente de la experimentada por cualquier economía que se estabiliza después de una crisis macroeconómica profunda. De hecho, la caída de la desigualdad entre 2003 y 2006 es muy parecida a la caída entre 1990 y 1993 después de la híper. Desde 2006 hay alguna reducción adicional por factores más genuinos y estructurales, pero es lenta. Además, las ganancias distributivas están permanentemente amenazadas por la erosión de la inflación, que es un factor desigualador. La gran apuesta para reducir la desigualdad de manera significativa es la Asignación Universal por Hijo.
¿Cómo afectó la intervención del INDEC a las estadísticas sobre distribución del ingreso?
Tuvimos una suerte de “apagón” a principios de 2007, cuando se dejaron de difundir los números de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), que son nuestro insumo fundamental. A principios de este año, por presión de organizaciones como el CELS y de las universidades, el Gobierno volvió a hacer públicas estas estadísticas. Por supuesto que hubo muchas dudas sobre su posible adulteración. Hasta ahora, nosotros las hemos analizado en detalle, con desconfianza a priori. Y la sensación que nos queda es que no se han tocado.
¿Cuál es el margen de políticas públicas que hay para mejorar la situación?
La mayor parte de los gobiernos contemporáneos en América latina tomaron la bandera de la mejora en la distribución del ingreso, y esa toma de conciencia es muy buena. Por ahora, es una tendencia que está más presente en el discurso y menos en la realidad de las medidas, pero igual es un paso adelante. Brasil es tomado por muchos como un ejemplo: con la Bolsa Trabajo y otras iniciativas sociales logró una movilidad importante de clase baja a clase media-baja y de ésta a clase media. En la Argentina, el Plan Jefes de 2002 fue un punto de inflexión, aunque es cierto que hubo que llegar a un punto límite para que la clase política se moviera.
Robert Reich, ex secretario de Trabajo de EE. UU, dijo recientemente que la crisis en su país no fue causada por la burbuja inmobiliaria, sino por el crecimiento de la desigualdad.
En toda sociedad hay permanentes pujas distributivas. Si esas pujas se canalizan en los mecanismos de mercado o con las instituciones vigentes, no alcanzan a tener consecuencias. Si esas pujas no se encauzan y se desbordan, se desencadenan crisis. En Argentina, el gran derrumbe de fines de los 80 o la gran crisis de 2001/02 pueden verse como estallidos de una puja distributiva que no logró encausarse y que terminó en el primer caso en una hiperinflación y en el segundo en una megadevaluación.
¿Las sociedades más igualitarias son más felices?
Sí, definitivamente. La nueva economía de la felicidad sugiere que la gente es más feliz viviendo en sociedades más igualitarias. Esto implica que aceptaría vivir con menos recursos propios, pero en una sociedad que percibe como más justa.
¿Los temas de desigualdad están bien enseñados en las currículas universitarias?
Están subrepresentados en relación a la importancia que vienen adquiriendo en los últimos años. Los libros de texto de las carreras de grado dan definiciones de pobreza, pero van poco más lejos. Junto con Martín Cicowiez y Walter Sosa terminamos un libro de texto sobre este tema hace seis meses, pero todavía no conseguimos una editorial interesada en publicarlo. Es un proceso arduo.
Es como mirar el pasto crecer.
Sí (risas). Esperemos que en algún momento se convierta en una montaña rusa.
Copyright Clarín, 2010.
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